sábado, 11 de diciembre de 2010

Otro territorio




El dejavoo permanente donde una mujer con el pelo más, o menos corto, la piel morena, los ojos rojos y las piernas cerradas, se sienta a saborear el viento que baraja los naipes.

No baja la voz.
Tampoco grita.
No toma el avión ni rompe el tickete.

Cada enero un suicidio y después cigarros verdes con cerveza.
Cada plan tiene plazos que vencen al amanecer.
Cada hombre se esculca el corazón y mancha el espasmo de nicotina y sangre.

Ella no conoce el final,
sólo la diapositiva de un ocaso donde el sol parecía decir que los ahogados se cansan y regresan a tierra firme.
Que las colillas se extinguen
pero la piel humedece y el azar zigzaguea sobre las múltiples caras del tiempo.

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