martes, 21 de diciembre de 2010

La Señorita Yonqui visitó el corazón de marcianos inciertos.


Regreso en la nocturna claridad, urbe de posibilidades diversas,
soy una muchacha cualquiera con su perfume,
las aceras y ventanas escupen inadaptados,
el enorme tragaluz impone sus visiones a los transeúntes (…)
En medio de todo, soy esta muchacha que aprendió a flotar sobre el horizonte,
podría asombrar a magos y chamanes,
prefiero caminar dejando que mueran las ansiedades,
sentarme en cualquier sitio,
saltar al cielo con todos estos trucos que jamás usé.
E.M.R

La Señorita Yonqui visitó el corazón de marcianos inciertos. Cruzó la esquina y se retocó los labios,caminó por pieles y sangres, avenidas incendiadas por gemidos gritados al oído. La señorita noche cruzó la puerta, agitó la cabeza, apagó la colilla en la oscuridad de su garganta. La señorita vértigo recibió las señales: un espejo roto abandonado en un árbol de la quinta con cincuenta y pico. Después escribió una canción que no tiene nombre, sólo ondas de música esmaltadas con ruiditos de corazones estrujados. La señorita desamor se marea en las bajadas, por eso toma té cada mañana antes de sumergir los pies en el agua, por eso acomoda su falda y despide a los visitantes. Se deja embellecer por el viento.



sábado, 11 de diciembre de 2010

Otro territorio




El dejavoo permanente donde una mujer con el pelo más, o menos corto, la piel morena, los ojos rojos y las piernas cerradas, se sienta a saborear el viento que baraja los naipes.

No baja la voz.
Tampoco grita.
No toma el avión ni rompe el tickete.

Cada enero un suicidio y después cigarros verdes con cerveza.
Cada plan tiene plazos que vencen al amanecer.
Cada hombre se esculca el corazón y mancha el espasmo de nicotina y sangre.

Ella no conoce el final,
sólo la diapositiva de un ocaso donde el sol parecía decir que los ahogados se cansan y regresan a tierra firme.
Que las colillas se extinguen
pero la piel humedece y el azar zigzaguea sobre las múltiples caras del tiempo.

La señorita yonqui apareció en un paraje vacío



La señorita Yonqui apareció en un paraje vacío, lo llenó de espejos y señales, le dio un nombre. Bailo hasta el amanecer con las chicas vampiro, vació los bolsillos y se deslizó por suburbios, espasmos luminosos, sudor, vértigo, lenguas rojas y sonidos de humo. Relampagueó su sonrisa en mitad de la noche. Quiso tener un vestido nuevo, unos zapatos para zizaguear por ese rojo corazón. Ahora transita por los parques, ve escupir a los árboles sus hojas celestes, no las deshoja ((me quiere no me quiere)), las ve caer en las bancas, sobre las caras de los yonquis del atardecer, sobre sus piernas que transpiran rutas, amaneceres, palabras para ser nombradas. La señorita yonqui busca en el dial de la radio una canción que le revuelque el corazón, entre las hojas de los libros una mujer que pulsa y despulsa letras para salvarse. La señorita yonqui cree en los relámpagos, en las pelusas de las flores amarillas, en los ojos que no se reflejan en sus ojos, en las partidas que no son temerarias, sólo brindis de fuego que liberan el corazón.


Animación: dieguito tarotista

La Colgada



Pocas veces contó hasta 3 antes de sumergir su cuerpo en las olas. Después inventó nuevas velocidades, exploró el misterioso fondo del mar. Ahora camina lenta y atenta a las señas de su cuerpo. Cose con babas alucinógenas su desconocido vestido; a veces pierde las agujas y los hilos, no reconoce las señales y atribuye nombres a lo desconocido; mira el reloj, olvida las canciones y pasa horas tratando de desmoldear y moldear la infinita tela. Tiene miedos, los oculta con tul y destapa con artilugios de alquimista, los roza y olvida, los trafica en calles tuguriosas, los escribe en papeles que deja de alimento a las palomas. Quiere soltarse como la colgada: pende de un pie, asoma la cabeza al vació y está desnuda. Colgada de la rama del árbol Ms. Yonqui puede ver el mundo al revés; se marea, vomita, respira, confecciona palabras y se deja mecer por el viento.