miércoles, 23 de marzo de 2011


Miss Yonqui deshila la cebolla con delicada crueldad. Se rasca los ojos, chupa sus dedos y se va. Fugada de las palabras, recorre calles que después olvida. Una y otra vez el mismo río, una y otra vez la misma lama que cubre lo ya dicho, lo mudo, lo temido. El amor es una burbuja caliente, un espejo con agujeros donde se extiende la luz. El amor trae palabras, incertidumbres brillantes, ovnis acuáticos que se estacionan en sus pupilas enjabonando lo averiado, escupiendo lo marchito, abriendo túneles espumosos en el corazón despierto. Ms. Yonqui escapó de las palabras, del ruido, del filo del andén. Llegó a un lugar con dígitos matemáticos, sonidos de emisoras distorsionadas, puntos muertos. Quiso correr y sus pies se atascaron en la amplitud de la caretera; quiso ser otra y sus muertas la sedujeron con ofrendas de cáscaras oxidadas. Ms. Yonqui viene y va, una y otra vez el mismo río, el ácido de las vísceras transparentes en su paladar, el renacimiento de otras mujeres adornadas con colores preciosos y gemas cristalinas prendidas de la pupila izquierda. El amor es un hilo para subir a la superficie, demasiado frágil para ser tirado con  fuerza, demasiado fuerte para ser diluido con trucos de azar. Así son los ladridos del corazón, así los latidos del trópico, así este vagar por  días y cuerpos, así este estar adentro de sus propios sonidos. Así este ser, esta pasión, este nadar con los ojos abiertos.