Dice estar a las 5:00 en un lugar reconocido por el sol y las
carreteras agrietadas. Dice estar pero sólo salpica. La esperan. Esperan su
saliva. Esperan que se quede con la misma intensidad que quieren zafarse de los
malos sueños. Toma impulso. Se lanza a la noche. Simula regiones. Camina
acompañada componiendo un trazo impreciso que la conecta con mundos que no sabe
si todavía desea. Gime. Se apaga. Sube a un bus y se duerme con la primera canción
de la radio. Otro agosto. Otro hombre enredado entre las piernas. Otra
incertidumbre y las uñas pintadas de rojo noche. Ahora aprieta los párpados
queriendo desaparecer. Ahora su método falla. Los olores se filtran en la piel
pero no se queda con ninguno. Quiere fugarse pero debe esperar, crear
estrategias para el corazón, para el cuerpo, para la picazón en el centro de la
noche. La señorita yonqui está parada en la esquina de la casa verde viendo
como el horizonte se desparrama entre casas amontonadas. Cada quien a lo suyo,
que nadie dependa de su corazón.
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