Miss Yonqui deshila la cebolla con delicada
crueldad. Se rasca los ojos, chupa sus dedos y se va. Fugada de las palabras,
recorre calles que después olvida. Una y otra vez el mismo río, una y otra vez la misma lama que
cubre lo ya dicho, lo mudo, lo temido. El amor es una burbuja caliente, un
espejo con agujeros donde se extiende la luz. El amor trae
palabras, incertidumbres brillantes, ovnis acuáticos que se estacionan en sus
pupilas enjabonando lo averiado, escupiendo lo marchito, abriendo túneles
espumosos en el corazón despierto. Ms. Yonqui escapó de las
palabras, del ruido, del filo del andén. Llegó a un lugar con dígitos
matemáticos, sonidos de emisoras distorsionadas, puntos muertos. Quiso correr y
sus pies se atascaron en la amplitud de la caretera; quiso ser
otra y sus muertas la sedujeron con
ofrendas de cáscaras oxidadas. Ms. Yonqui viene y va, una y
otra vez el mismo río, el ácido de las vísceras transparentes en su paladar, el
renacimiento de otras mujeres adornadas con colores preciosos y gemas
cristalinas prendidas de la pupila izquierda.
El amor es un hilo para subir a la superficie,
demasiado frágil para ser tirado con fuerza, demasiado fuerte para ser
diluido con trucos de azar. Así son los ladridos del corazón, así los latidos del trópico, así
este vagar por días y cuerpos, así este estar adentro de sus propios
sonidos. Así este ser, esta pasión, este nadar con los ojos abiertos.